El Super-8 irrumpe en el mercado del cine familiar y amateur en 1965, pero este tipo de artilugios tiene ya una historia de más de cuatro décadas. En 1921 la casa Pathé decide comercializar sus películas para sesiones domésticas en reducciones a 9,5mm gracias al proyector Pathé-Baby. La pequeña revolución que supone esta democratización de la distribución para un público burgués y pudiente no se queda en la mera reproducción mecánica de un catálogo preestablecido. La demanda de un sistema que permita también el registro de imágenes en movimiento personales impulsa a la distribuidora francesa a facturar en 1924 un sistema integral que incluye una cámara.
Después
de la II Guerra Mundial, con la implantación de la película en color en 16mm y
la consolidación de la oferta de las bobinas de 8mm por parte de la
todopoderosa Kodak, el Pathé-Baby entra en decadencia. Ambos sistemas tienen
una razonable implantación en España. La burguesía encuentra en ellos un
complemento a los álbumes de fotografías familiares.
Sin embargo, la continuidad viene marcada por la actividad incontenible de las asociaciones de cineastas amateurs, con sus concursos anuales y sus publicaciones. Otro cine (1952-1975), heredera de la prebélica Cinema Amateur (1931-1936) y órgano de la Sección de Cinema del muy activo Centro Excursionista de Cataluña, da cobertura teórica y técnica a los practicantes del culto al paso reducido. Su director, Delmiro de Caralt —Memmortigo? (1934)— es el delegado en España de la UNICA (Unión Internacional de Cineastas Ameturs) y la referencia del movimiento; José Torrella, su cronista.
Sin embargo, la continuidad viene marcada por la actividad incontenible de las asociaciones de cineastas amateurs, con sus concursos anuales y sus publicaciones. Otro cine (1952-1975), heredera de la prebélica Cinema Amateur (1931-1936) y órgano de la Sección de Cinema del muy activo Centro Excursionista de Cataluña, da cobertura teórica y técnica a los practicantes del culto al paso reducido. Su director, Delmiro de Caralt —Memmortigo? (1934)— es el delegado en España de la UNICA (Unión Internacional de Cineastas Ameturs) y la referencia del movimiento; José Torrella, su cronista.
Enrique
Fité —Fantasía trágica (1950) —,
Pedro Font —Impasse (1952)— y Lorenzo Llobet-Gracia —¿Suicida? (1934), El valle encantado (1948) — aparecen año tras año en el palmarés
del Concurso Nacional convocado por la institución.
No
sabemos si coincidiría con sus opiniones un cineísta que también hizo
el tránsito al cine profesional. Francisco Franco había filmado la
retirada del ejército español en alguna de las batallas de la guerra de
Marruecos con una cámara de 9,5mm, intervino como intérprete en La malcasada (Francisco Gómez Hidalgo, 1926) y fue guionista y promotor de Raza (José
Luis Sáenz de Heredia, 1941). A mediados de la década de los sesenta,
con el Régimen consolidado en el poder y orquestada por Manuel Fraga la
campaña "25 Años de Paz" desde el Ministerio de Información y Turismo,
el noticiario oficial No-Do suele ofrecer imágenes del Caudillo en sus
largos periodos de ocio armado de una cámara de 8mm y rodando a sus
nietos o el paisaje. En la edición del noticiario 1391-A, el locutor
proclama:
Llobet-Gracia es un veterano amateur que en su única película comercial —Vida en sombras (1949)— traza un desasosegante paralelismo entre la historia de España y la biografía del cine-aficionado protagonista interpretado por Fernando Fernán-Gómez.Llobet-Gracia, además de complicarse la vida con trucos y problemas de orden visual, se martiriza también con alambicadas sincronizaciones sobre discos. Fue el primero y uno de los pocos que, en el primer periodo [1930-1936], pusieron especial atención en el acompañamiento musical de las películas amateurs y en dotarla de sincronización de ruidos y efectos especiales”. [José Torrella: Cine amateur español 1930-1950. Barcelona, Centro Excursionista de Cataluña, 1950, pág. 85.]
Yo creo —escribe en 1950— que toda obra de arte ha de ser ferozmente individual, tal como la concibe su autor, con sus defectos o sin ellos. Una ventaja —la mejor— de nuestro cine es precisamente esto: que hacemos lo nos parece con entera libertad. [Lorenzo Llobet-Gracia en: José Torrella: Op. cit., pp. 140-141.]
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A bordo del Azor, cada cual se dedica a sus distracciones preferidas. Franco siempre mostró inclinadas preferencias hacia el cine aficionado. En esto también fue un pionero. Sabido es que durante las campañas africanas impresionaba películas con un antiguo Pathé-Baby. [No-Do, noticiario 1391-A, septiembre de 1969.]
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En
1934, durante la II Mostra cinematográfica de Venecia el español Eusebio Ferrer
recibe el premio a la mejor cinta amateur por Festa Major (1933) al tiempo que en la sección profesional recibe
el galardón Man of Aran (Hombres de Arán, 1931), de Robert
Flaherty. En una de sus incursiones periodísticas en este asunto, Carlos Serrano de Osma destacaría de esta etapa y en el género humorístico El hombre que yo maté / L’home que jo he mort (J. M. Ponseti, J. Arrupat y J. Serra, 1935) y El hombre importante (Domingo Giménez Botey, 1935).
La
UNICA celebra su congreso y concurso anual tres veces en España: en Sitges
(1935), Barcelona (1952) y Sant Feliu de Guixols (1967). En el primero de ellos
se definen los filmes amateurs como aquellos que...
concebidos y realizados sin otro objetivo
que el puro disfrute del autor. Lo que da al film su carácter específico de
amateur son las condiciones que han intervenido en su concepción, su
realización y su finalidad. [Citado por Antonio Santamarina: “Amateur, Cine”, en José Luis
Borau (ed.): Diccionario del Cine Español.
Madrid, Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas / Alianza
Editorial, 1998. pp. 59-60.]
Tan
ambiguo axioma entrará, a mediados de los años cincuenta, en abierto conflicto
con las inquietudes de grupos disidentes como el formado por Jordi Feliu —Quessar (1952)—, Pedro Balañá —Shock (1955)— y Jordi Juyol —Apartado de Correos 1002 (1954)—,
quienes, junto a otros participantes en las Conversaciones de Salamanca, publican
un Manifiesto en pro de un auténtico Cine
Amateur en el que se postula la inoperancia artística e intelectual del
“otro cine”, “ignorante de valores humanos, sociales y religiosos, […]
desentendido e indiferente espectador del alma palpitante de un cine actual”. [Citado por: Joaquim Romaguera i Ramió y Llorenç Soler de los
Mártires: Historia crítica y
documentación del cine independiente en España 1955-1975. Barcelona, Laertes,
2006. p. 140.]
Un
lenguaje posibilista que se verá dinamitado desde dentro desde mediados de la
década de los sesenta hasta el fin de la Dictadura en 1975. Miguel Iglesias
Bonns —Un as para el amor (1935)—,
Llobet-Gracia o Jordi Feliu han dado el salto a la profesionalización con
desigual fortuna. El debate entre el arte por el arte defendido por unos y la
posibilidad de utilizar los formatos subestándar como escuela de aprendizaje en
ausencia de una auténtica escuela de cine colea desde principios de la década
de los treinta.
En noviembre de 1934 un cronista de Popular Film titula su crónica “La antesala del profesionalismo” y expone en ella una teoría que corre por los mentideros cinematográficos:
En noviembre de 1934 un cronista de Popular Film titula su crónica “La antesala del profesionalismo” y expone en ella una teoría que corre por los mentideros cinematográficos:
Es haciendo cine largamente que llega uno a ser cineísta y a tener una visión cinematográfica. No hay otro medio ni camino. Y por esta razón es de una influencia tan maravillosa la actividad creciente cada día del cine amateur, que va tomando cuerpo en nuestro ambiente y que redime en cierto modo de las imposibilidades que por razón del alto costo material alejan del cine grande en sus ensayos a una serie de talentos prometedores. Cada sesión de cine amateur ofrece la coyuntura de que un aficionado muestre lo que lleva dentro, de capacidad, de «garra» para aprehender imágenes con sentido cinematográfico. Y casi en todas las sesiones se muestra algo más que promesas. [...] No es una bagatela este cine que ofrece oportunidad para descubrir valores nuevos respaldados de una garantía de calidad y de talento, que evitará el caso de amontonar dinero y más dinero sobre una ficha ciega, como hasta ahora y en tantas ocasiones ha sucedido, y que muchas veces no ha respondido a la postre a la esperanza que sobre ella se había puesto, en aras de un optimismo excesivo y cegador. [Popular Film, núm. 428, noviembre de 1934.]
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